Despertar en Pamplona es duro. Las ocho de la mañana, el frío me agarrota los músculos, no quiero ni pensar en la larga lista de clases a las que debo asistir y todavía ni si quiera ha amanecido. Parece que mi propio cuerpo pesa más a estas horas, que cada día anterior pasa factura y que, sin duda, el día me iría mejor si me quedara metido en la cama.
Después de varios intentos fallidos y quince retrasos de la alarma de mi cascado móvil consigo, de algún modo, anclar mi pie derecho (siempre el derecho) en el parqué. Una vez más, frío. Vuelvo a pensar que debería comprar una alfombra.
Me acerco a la ventana para poder ver el termómetro de la farmacia. Diez grados, tenía razón, frío. Y como cada día, mientras me giro para coger la toalla y dirigirme hacia la ducha, veo los árboles frente a mi casa. Esos si que tienen que estar muertos de frío.
Creoe que el pequeño arbolillo del medio tendrá un día tan duro como el mío. No parece que los enormes árboles de su alrededor tengan ninguna intención de dejarle captar algún rayo de luz.
Hoy debería hacer la práctica aquella... La de fotoperiodismo... Fotografiar un árbol... Escribir...
¿pero que árbol es éste?
Da lo mismo, es el árbol frente a mi casa, creo que le dedicaré mi primera página del blog.
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